No me he emparanollado ni estoy pesimista ni nada por el estilo. Tan sólo que ayer me enteré del fallecimiento de un escalador que pocos días antes había tenido un grave accidente escalando en Leiva, esa impresionante pared de cerca de 200 metros situada en el corazón de Sierra Espuña, Murcia.
Y es que el que suscribe estuvo allí escalando en una ocasión, no en la misma vía en la que se precipitó al vacío con tan mala fortuna, pero al caso es lo mismo porque se trataba de la misma pared. Y cuando una cosa así sucede se le estremece a uno el cuerpo, piensa en uno mismo en esa situación, accidentado o espectador del accidente de otro compañero.
Son muchos los mensajes de condolencia que se han vertido en foros, diarios digitales, etc. Y también existen las especulaciones en torno a las causas del accidente. De cualquier forma e independientemente del por qué, el asunto ha tenido consecuencias fatales, tanto para el accidentado, que en paz descanse, como para sus seres queridos que lloran su pérdida y, como no, sus compañeros que en el momento del accidente lo aseguraban, que jamás olvidarán aquello y tendrán la sensación de que parte de ellos también se marchó.
Y en el fondo, todos los que compartimos en algún momento aquellas rocas, hoy nos sentimos un poco menos vivos.
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